06 febrero 2007

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Cuando decidí levantarme, me tomé un café y salí a caminar. La idea era cruzar a la playa y darme un baño. Cuando legué a mi supuesto destino no quise parar, quise seguir caminando. Podía nadar, caminar, correr, sentarme… podía ir a donde quisiera. No había calles, ni alambrados, ni muros. Sentí que podía caminar para siempre.
Pasé la primer playa con bastante gente y llegué a una segunda y tercera con cada vez menos personas. Podía seguir. Cuanto más avanzaba mas linda estaba el agua y los paisajes me eran menos familiares. Seguí. Las playas no se acababan.
Pase por playas, puntas con rocas, hasta que llegué a una punta donde pude ver casas. Muchas casas. Era el Cabo. Se habían acabado las playas desiertas. Allá estaba lleno de gente. Mis playas infinitas tenían fin. En ese momento sentí que había sido engañada. Que habia estado caminando en un escenario, y que la obra se llamaba libertad.

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