motocicletas

No puedo dejar de hablar de as etiquetas que te pone como ejemplo blogger.


Creo que de las vacaciones ya hablé y del otoño también, pero nunca hablé de motocicletas. Probablemente porque no me interesan en lo más mínimo, porque no tengo nada que decir al respecto o quizás porque de haber hablado de ellas les hubiera llamado simplemente motos.
De todas formas hoy decidí usar ésta etiqueta. Seguro que es algo muy popular ya que lo ponen como un ejemplo... supongo... no sé.

Como ya dije las motocicletas nunca me interesaron, ni siquiera cuando tenía 15 años y ese era el medio de transporte más popular entre la gente de mi edad (bueno, entre los que podían darse el lujo ¿no?). Pero claro, a mi padre nunca se quedó tranquilo. Yo sé que el me imaginaba subiéndome a motocicletas de chicos rebeldes y drogados yendo a toda velocidad por la rambla. O peor aún, me imaginaba a mi conduciendo motocicletas, borracha por ahí, en un constante peligro de muerte. Nunca entendió que yo era una "chica buena" y además un poco cagona en el momento de optar por éste tipo de aventuras. Por eso fue que para asegurarse de que no necesitara de ese medio de transporte, me compró una súper bicicleta. Pero cuando digo super, quiero decir SUPER. Tanto que me daba un poco de miedo andar en ella por temor a que me trataran de robar. (Además, como si no fuera suficientemente llamativo el modelo, era toda plateada!). Igual nada impidió que anduviera para todos lados en bici. Era tan cómoda, y requería de tan poco esfuerzo andar en ella que en vez de adelgazar por andar tanto, creo que engordé. Se puede decir que junto a mi bici fui feliz. Fui feliz hata aquél día. El día de la desgracia.
Era una tarde como muchas otras, yo tenía que pasar por lo de una amiga a buscar unos apuntes de andá a saber qué. Obviamente fui en mi bicicletota. Cuando llegué, Nati me abrió las rejas de su casa, pasé y las cerró. Claro está que no podía dejarla afuera. De todas formas tomé mis precauciones y antes de entrar (aunque solo fueran un par de minutos) la até a la otra reja, la que protegía las ventanas. Entré corriendo, saludé a la madre y la hermana, agarré los apuntes y salí rapidísimo. Una vez afuera tardé en entender. Miré la reja y no había nada, solo un candado cerrado colgando, pero que no envolvía a ninguna bicicleta. Pense en gritar, en desmayarme, en morirme en tirarme al piso y rodar, no sé pensé en mi cosas, pero mas que nada en asecinar al maldito infeliz que me había robado tan preciada pertenenecia.
Todo indica (mi coeficiente intelectual, mi nivel de distracción y el candado que quedó como evidencia) que cuando la até solo le di una vuelta al asiento, cosa que el maldito chorro solo tuvo que mover el candado para sacarla. Supongo que me lo merecía por tarada.

Hasta el día de hoy, cuando veo pasar una bicicleta plateada pienso que pude ser ella.
Creo que realmente la quería.

Ya sé. No hablé de motocicletas, hable de bicicletas, pero las mencioné, así que me considero con todo el derecho del mundo de usar esa palabra como etiqueta.