Semana santa.

Estas vacaciones fueron desastrosas.
La ciudad quedó vacía, pero de verdad vacía, yo...no podía irme a ningún lado. Quedaban algunas cosas por hacer.
Lo tomé con calma, al principio, pero a medida que pasaban los dias comencé a deseperarme un poco. Mucha ansiedad canalizada en comer y fumar.
Los primeros en pedir tregua fueron mis pulmones.Ya picaban con cada cigarro y comenzo una leve tos.(lo de leve duró poco)
Todavia mataba las horas comiendo... y, no había mucho para hacer, porque dicho sea de paso, no sabía que podía llover tanto y así, seguido.
Bien, no podía pasar mucho tiempo sin que las ingestas comenzaran a situarse en sus zonas preferidas de mi cuerpo (caderas y panza). Tená que detenerme con eso también. Los placeres de la vida no jugaban en mi mismo equipo.
El celular no sonaba nunca, ni mensajes, ni llamadas, ni siquiera la señal de baja batería. Nada. Opté por apagarlo, así por lo menos podía sentir que yo era la causante de no recibir señal alguna.
Hasta ahí, la situación no pintaba bien, pero yo no sabía que podía empeorar. Claro, todo siempre puede empeorar. Fui una ingenua.
Martes. Dolor de cabeza, de espalda, de brazo, de pie, de cuello, de barriga, tos, fiebre y canilla libre de estornudos.
No podía mirarme al espejo. El reflejo de mi imagen era atemorizante. Porque cuando estás enferma, el pelo se despeina solo, las ojeras se oscurecen, la piel se hace un poco mas transparente... Sumado a que me enconraba en el momento del mes en el que te sentis una bola, hinchada, incómoda, de mal humor. Y así pasaron estos dias, rodeada de pañuelos, analgésicos y malas películas.
Las hormonas, el clima, las vacaciones, la gente y la ansiedad no me jugaron una buena pasada esta vez... Ya me vengaré.